Cuando compongo, al igual que Rautavaara, lo hago con mucha lentitud. Esta obra es fruto de un largo proceso de creación que se inició estando en mitad de otro trabajo, en un curso de verano con Balada abocetando una obra sinfónico-coral. Recuerdo levantarme a las seis de la madrugada para poder sumergirme en los vacios pentagramas mientras que, ingenuamente creía, media ciudad aún dormía, pero no contaba con que una pluraridad de pájaros que amanecía jubilosa impedía mi labor con sus variados ritmos y, emulando a Messiaen, tuve irremediablemente que ponerme a transcribir y anotar aquellos interesantísimos pulsos asincrónicos. De ahí surgieron ideas temáticas que luego apliqué a Dutika Mere (en griego, Costa de la Muerte) nombre que posteriormente, tras un proceso de revisión, quedó como subtítulo.
Meses después, trabajando en otro ámbito distinto para una obra experimental audiovisual infográfica creé un boceto formal que sería el pilar de la obra y, al igual que Bach, también tomé prestado de ella algunos de mis propios elementos temáticos para formar lo que sería mi Sinfonía número cero, por influencias de Bruckner, pero mi atrevimiento acabó por colocarle el ordinal siguiente: Nº1.
La obra dura poco más de veinte minutos, con tres secciones bien diferenciadas pero sin solución de continuidad. Exceptuando la cuerda aguda la plantilla es la de una sinfónica, con numerosa sección de percusión. Los títulos de los movimientos son indicativos, no de un texto imaginario a seguir, sino más bien de una sensación a tranmitir. Su final es conciso pero abierto y en general hay muy poca concesión de cordialidad con el oyente, es una obra exigente, que solicita varias audiciones, algo que ya es posible gracias a la edición en CD de la Xunta de Galicia.
Fragmentos de la Sinfonía Nº 1
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