OSKAR ADLER
Oskar Adler fue violinista, médico y teósofo de renombre. Amigo de la infancia de Arnold Schönberg, contribuyó a que éste asimilara en sus inicios los conceptos fundamentales de la música. Su libro Critik der reinen Musik, terminado en 1918, se imprimió dos décadas más tarde. La versión en español, Crítica de la música pura, apareció en Buenos Aires, en 1958, de la cual se toma el presente texto. El apartado seleccionado por Sonograma trata sobre la esencia del sonido y su vinculación a la naturaleza, cuya expresión primordial parte del canto de los pájaros. El sonido es, en un sentido pleno, espíritu. En este capítulo refuta algunas de las teorías darwinianas, toda vez que argumenta el nuevo modo de percibir la sonoridad que acabará codificándose como música. Adler publicó también Der Testamen der Astrologia (1935-1937), traducido como Astrología como ciencia oculta.
Primera parte*
*La segunda parte será publicada en núm. 015, junio 2012 de Sonograma Magazine
La definición del sonido no debería ofrecer dificultades de ninguna clase, puesto que constituye un fenómeno que la ciencia exacta estudió del modo más minucioso.
Entendemos por sonido, en contraste con el ruido, un fenómeno sonoro fundado en vibraciones de la misma longitud de onda, mientras que el ruido se basa en vibraciones de longitud de onda siempre variable, o sea desigual. Nuestra cuestión se complica cuando se pretende averiguar si el sonido fue precedido por una fase anterior de desarrollo, es decir, si el sonido se formó partiendo de comienzos parecidos a ruidos. Acaso quepa aclarar un poco la cuestión investigando cómo llegaron los hombres al sonido. ¿Inventaron el sonido-por sí mismos o lo aprendieron, es decir, lo tomaron por imitación de seres que ya debían estar en posesión del sonido, o de sonidos naturales, entre los cuales deben incluirse también las voces de los animales?
Como por razones comprensibles no podemos entrar aquí en la primera alternativa tal como se expone en las antiguas mitologías -los dioses como maestros de música de los hombres-, sólo cabría investigar el segundo caso. Acaso habría que incluir también en él el azar, que tan a menudo sirvió de maestro al hombre y gracias al cual pudo suceder que a alguien se le ocurriera soplar a través del cuerno vaciado de un animal y otras cosas semejantes.
Me parece inverosímil que el hombre aprendiera el sonido de los animales, puesto que los animales no profieren verdaderos sonidos en el sentido musical de la palabra, sino a lo sumo gritos más o menos parecidos a sonidos. Además, no se comprende por qué el hombre no pudiera producir gritos como esos animales, puesto que se le dio un órgano vocal que, como enseña el desarrollo posterior, se presta mucho mejor a la emisión de sonidos en el sentido de la música humana que el órgano vocal de cualquiera de los animales que conocemos.
Añádase que no cabe discutir que el hombre supera en inteligencia a los animales, y seguramente no se dudará de que debió hacer un uso más diferenciado de su órgano mucho más diferenciado y más primorosamente desarrollado, de suerte que sería peregrino suponer que el hombre, realmente destinado en propiedad a ser maestro del mundo animal, en ese punto hubiera resultado su discípulo, eso prescindiendo totalmente de que, como ya hemos indicado, no hay ningún animal que emita sonidos realmente musicales. Podemos suponer pues tranquilamente que el sonido fue una invención del hombre mismo.
Pero ¿qué pudo inducirle a utilizar su órgano vocal, que originariamente sólo debió emitir gritos, para producir luego sonidos musicales? Acaso podamos lanzarnos también en este caso por la senda biológica y preguntar qué ventajas podía reportar al hombre para la vida el uso de sonidos. A este respecto, debo hacer observar que no se trata del canto que, como veremos más adelante, desgraciadamente se confunde la más veces con el sonido -confusión que cometió el propio Darwin-, sino de nada más que de aquel uso de la voz mediante el cual se emite una fonación que se mantiene a la misma altura. Pero como esa emisión de fonaciones fue precedida en su desarrollo por otras fonaciones que todavía no eran sonidos y que, por consiguiente, podríamos denominar “gritos”, la cuestión que acabamos de formular quizá podría resolverse más fácilmente averiguando primero el valor biológico del grito. En efecto, es muy elevada la probabilidad de que el sonido no sea más que una modificación del grito, modificación que de todos modos sólo fue desarrollada ulteriormente por el hombre. Una vez más vamos a pedir consejo al gran Darwin.[1]
En su obra sobre la «Expresión de los movimientos emocionales» establece Darwin tres principios mediante los cuales pretende explicar por qué todo movimiento emocional se expresa de una forma totalmente determinada y no de otra. Esos principios son:
- el principio de la utilidad
- el principio del contraste
- el principio de salvar la excitación nerviosa
El principio de la utilidad investiga toda manifestación mímica del sentimiento para ver qué valor posee para la conservación de la vida del individuo. El segundo principio enseña que los movimientos expresivos para un estado de ánimo opuesto a otro; se producen también de modo opuesto. Así por ejemplo: si el llorar, como manifestación de desagrado -Darwin lo hace derivar del gritar-, consiste en una tensión de ciertos grupos de músculos, la risa, como manifestación de agrado, consiste en el relajamiento de los mismos grupos de músculos. El tercer principio quiere aclarar que un movimiento emocional más allá de los límites trazados por la utilidad y el contraste, sólo a causa de la violenta excitación afecta también a otros grupos de músculos cuya actividad no posee el valor de la utilidad ni el del contraste.
Por lo que concierne al gritar, no cabe duda de que, en el sentido de Darwin, debe considerarse como una manifestación de desagrado, de dolor. De ahí sin duda la necesidad de plantear primero la cuestión acerca de las ventajas que el gritar confiere al animal u hombre torturados. Darwin es de opinión que mediante el gritar se persigue, aunque inconscientemente, una doble finalidad. Por una parte, se pretende con él provocar el auxilio de los compañeros que atraídos así por el gritar, atacan y expulsan al enemigo con sus fuerzas unidas o llevan a cabo otras cosas para atenuar o anular el mal. Pero, por otra parte, con el gritar se quiere asustar al agresor y obligarle así a desistir de su ataque y aun a huir. [2]
Ahora bien, parece muy probable que el hombre, después de haber gritado durante largo tiempo por mero instinto como el animal en el peligro y en el dolor, no se quedó contento con esos sonidos naturales, como tampoco con los demás instintos primitivos sin modificarlos mediante el superior entendimiento que lo distingue de los animales. Seguramente que llegó un día en que el hombre cayó en la idea de que el grito posee realmente aquella utilidad que fomentó su nacimiento. Y entonces debió producir con intención aquellos gritos que de lo contrario sólo el instinto de la situación más apurada arrancaba de su garganta, para pedir auxilio a los compañeros para expulsar al agresor (Grito de batalla). Algo más aún: Ejercitando así el gritar debió caer en la idea de que, para proseguir esos gritos durante largo tiempo o hacerlos oír a gran distancia, sin cansarse o ponerse ronco, el mejor medio era haciendo «sonora»la voz, es decir, darle un carácter tal que su sonido se mantuviera a la misma altura.[3]
[1] Aunque, como veremos luego, Darwin no hace derivar el sonido del grito, sino que haciendo coincidir su nacimiento con el origen de la música, lo pone en analogía con el llamado «canto» de los pájaros, error funesto, según veremos luego.
[2] El hecho de que en el inundo civilizado se considere indicio de buena educación el reprimir en lo posible el gritar, el dominarse, nada dice contra la utilidad de ese instinto natural, puesto que el hombre civilizado dispone de otros y más eficaces medios para asegurarse de la ayuda de sus semejantes.
[3] Es indudable que el trabajo regular de las cuerdas vocales y asimismo de los músculos de la respiración al hacer resonar la voz, fatigan mucho menos que el gritar desarticulado, Mientras todo cantante experto resiste sin fatiga esencial el cantar durante horas en una ópera, no cabe duda de que no resistiría el tener que gritar tanto tiempo, prescindiendo de que ese cantar melódico tiene mucho más alcance que el mero grito.