Dentro de unos días celebramos Sant Jordi. La misma semana en que tiene lugar el Día Internacional de la Danza. Para conmemorar estas dos fechas, muchas instituciones, artistas y particulares ofrecen al público actividades de todo tipo en donde danza y literatura confluyen en un espacio común.
Lamentablemente, estas iniciativas acaban restringidas a los círculos más específicos[1] y su repercusión apenas tiene calado entre los eventos multitudinarios de bibliófilos, libreros y editoriales. Las razones que explican esta “afonía mediática” son tan numerosas que requieren una profunda reflexión aislada[2], pero pueden resumirse en la idea y en el hecho mismo de que el binomio “libros y danza” es todavía una rareza en nuestro actual panorama cultural.
Ya en los años 80, la diplomática y crítica de danza Mercedes Rico enumeraba los problemas de unos “extremadamente técnicos” libros de danza que no lograban alcanzar al público más general. Del mismo modo, Delfín Colomé recordaba las carencias formativas de determinados bailarines frente a otros artistas e insistía en la necesidad de que nuestros coreógrafos contasen con un mayor bagaje cultural, equiparable al de los demás representantes extranjeros[3]. Éstas y otras ideas pueden parecer demasiado exageradas a primera vista, obsoletas o aplicables tan sólo a un sector de los profesionales, pero lo cierto es que ilustran a la perfección los problemas vinculados al origen de esta significativa escasez, una incómoda situación que se sigue cuestionando en el prólogo de cada nueva obra[4] y que, paradójicamente, aún no tiene solución.
La falta de una sólida tradición bibliográfica en el ámbito de la danza que responde a problemas de tipo historiográfico supone una especie de broma pesada para los seguidores de esta disciplina, pero también para los bailarines, críticos o investigadores, que nos vemos obligados a leer publicaciones en otras lenguas, fuera de nuestro limitadísimo corpus de estudio.
Dos estampas prototípicas simbolizan esta realidad tan llamativa: por un lado, las estanterías de una enorme librería de divulgación y alto consumo, en donde, junto a las innumerables secciones dedicadas a la música (“Ópera”, “Jazz”, “Biografías”, “B.S.O”) y al lado de apartados dedicados a la “Tauromaquia” o al “Circo” y las “Variedades”, encontramos siempre una etiqueta que, con el genérico “Bailes”, agrupa un escuálido y heterogéneo conjunto de libros. Esta veintena de ejemplares variopintos ocupa más o menos un tercio del estante y constituye nuestro mayor patrimonio en el sector de la danza.
El segundo escenario está en la librería de un museo donde tiene lugar una muestra cualquiera sobre danza. Pongamos, por ejemplo, la exposición “Los Ballets Rusos de Diaghilev. 1909-1929. Cuando el arte baila con la música” , que ha visitado en los últimos meses el Caixa Forum de Madrid y Barcelona. En estos casos, la oferta de material es algo más generosa pues, junto al catálogo del evento y el archi-conocido Diario de Nijinsky, se ofrecen numerosas ediciones redactadas en inglés y francés. Lo más curioso, sin embargo, y que demuestra la necesidad de contar con algo más, es que este conjunto se adereza con un significativo número de volúmenes (entre los que se hallan, por ejemplo, El arte de la danza, de Isadora Duncan, El placer de la danza, de Nacho Duato, Pensar la danza, de Delfín Colomé, o El bailarín y la danza, de Merce Cunningham, es decir, libros que todo aficionado tiene ya en su casa) que nada tienen que ver con la temática de la exhibición pero resultan una excusa para que la tienda tenga algo más para ofrecer. ¿Acaso ocurre lo mismo cuando se trata de una muestra de cine o de pintura?
Bien es cierto que en los últimos años se ha ido poniendo freno a este bloqueo cultural y tenemos ya una serie de excepciones que enriquecen poco a poco nuestro contado patrimonio. El impulso hacia una investigación más sólida en el terreno de las artes escénicas, así como las necesidades surgidas de los museos de arte contemporáneo, han rescatado la performance y la práctica coreográfica como objetos de estudio, con la consecuente proliferación de una serie de colecciones que bien merecen ser atendidas[5]. Por otro lado, la consolidación del grado en los conservatorios y la cada vez más frecuente presencia de la danza en la Universidad han fomentado la redacción de manuales y tratados más técnicos relacionados, sobre todo, con la metodología y la práctica del baile[6].
Sin embargo, todavía hay demasiadas lagunas que suponen un perjuicio para el mundo de la danza y la cultura. Y es que el problema fundamental no tiene tanto que ver con el conjunto de libros de danza, sino con escuálida presencia de la danza en los libros, una falta que parece casi exclusiva de nuestra sociedad y que es la causante de la actual situación de esta materia, desde su patrocinio hasta su consumo y su concepción.
Efectivamente, ni los manuales generales de arte o teatro, ni las monografías sobre un determinado período de la historia (¡y mucho menos los libros de texto!) acaban de incluir la danza como parte de las manifestación culturales de una época, ni siquiera su relación con el resto. Por poner un ejemplo que a mí me resulta cercano, entre las publicaciones relacionadas con el mundo antiguo, es casi imposible encontrar no ya un volumen especializado en las danzas griegas y romanas (que los hay), sino más bien una o varias obras sobre sociedad, cultura, religión, artes o vida cotidiana en las que la danza cuente con la posición que se merece[7]. ¡No digamos ya entre los estudios de pervivencia del mundo antiguo y su recepción cultural, que tanto material encontraría en las coreografías del s. XX![8]
Dados estos precedentes, resulta fundamental llevar a cabo lo que sería, en palabras de Frederick Naerebout, “no una historia de la danza sino una historia con danza”, una forma de análisis que Beatriz Martínez del Fresno ha denominado “coreografiar la historia” y que consiste “no sólo en el hecho de profundizar en el terreno de la historia de la danza para deleite de los aficionados, profesionales o eruditos, sino además, de reintegrar la danza en el terreno de la historia humana, que se articula fundamentalmente en un plano social y poner esa nueva lectura al alcance del resto de los historiadores”[9].
Si fuéramos capaces de revisar nuestras fuentes, nos daríamos cuenta de hasta qué punto la danza, desaparecida de las páginas, ha tenido siempre un importantísimo papel como agente cultural. Quienes han sido conscientes de ello nos ofrecen, a mi juicio, publicaciones de un incalculable valor, pues no sólo nos nutren de visiones diferentes, sino que contribuyen indirectamente a la formación de coreógrafos con recursos, datos y referencias. Veamos el caso de S. James Frazer, por ejemplo, y de los otros “Ritualistas de Cambridge”, como Jane Harrison, que además de incluir la danza como parte nuclear de sus estudios (es significativo que la esposa de Frazer, Lilly Grove, hubiese redactado una historia de la danza en 1895, justo cuando se conocieron), consiguieron inspirar a corto plazo las ideas de su amiga Isadora Duncan y, más adelante, las coreografías de Nijinsky (1913) o de Martha Graham (1931), tan vinculadas a su concepto de ritual[10].
En este sentido, los intelectuales tienen una responsabilidad directa en rescatar a la danza del olvido pues de ellos depende, en gran medida, el éxito o el abandono de una determinada producción y su coreógrafo, así como su repercusión mediática y cultural. Por lo general, un médico culto o un arquitecto interesado por el cine, la música o las artes plásticas ignora inconscientemente cualquier manifestación de danza y prefiere seguir a sus instintos de rechazo antes que atreverse a probar con algo nuevo, a no ser, claro está, que sea Wim Wenders quien se lo presente con un formato original (Pina, 2011), que se incluya en las programaciones anuales del Teatro Real o que forme parte ya de un establecido entramado cultural que lo de por descontado (la compañía de Merce Cunningham puede ser un buen ejemplo de esto último, tan consagrada que no se puede ignorar).
Desde una perspectiva más amplia podemos decir, entonces, que no hablamos de danza ni tan solo vemos danza simplemente porque no leemos danza[11]. La escasísima financiación pública (mucho antes de la crisis económica), la falta de criterios a la hora de elegir producciones o la declarada “fuga de cuerpos” entre los bailarines de prestigio son, a fin de cuentas, causa y consecuencia de esta pobre situación que no se arreglaría adornando el estilo de los escritos sobre danza sino, más bien, aludiendo a su presencia en pequeñas dosis bien justificadas, ya fueran menciones, referencias o recuerdos. Un esfuerzo colectivo como éste abriría la puerta a una nueva concepción de la danza y facilitaría su aceptación en todas las esferas culturales.
En sus Cartas a un joven bailarín, Maurice Béjart escribe que un candidato sin técnica ni conocimientos no baila “lo que quiere” (según afirma él mismo), sino simplemente “lo que puede”. Nosotros, al igual que este aspirante inexperto, tenemos todavía mucho que aprender y, puesto que hacemos “lo que podemos”, debemos imitar primero a quienes ya tienen la danza corriendo por sus venas. Por esto mismo, y para conmemorar la semana del libro y la danza, quiero recomendar un librito que no podría ser más apropiado, titulado Le goût de la danse y, afortunadamente, en venta en nuestras librerías[12]. Coincidiendo, además, con la exposición Daser sa vie del Centro Pompidou, este pequeño trabajo recoge escritos significativos sobre danza que, desde Molière a Tolstoi, Flaubert, Nijinsky o Théophile Gautier, han inspirado a novelistas, filósofos y coreógrafos. El volumen pone de manifiesto que hay muchísimos lugares en donde la danza sí se lee en los libros.
Ahora nos toca a nosotros.
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Referencias bibliográficas
- Abad Carlés, A. (2012), Historia del ballet y de la danza moderna, Madrid, Alianza. 2ª Edición.
- Barchiesi, A. & Scheidel, W. (eds.) (2010), The Oxford Handbook of Roman Studies, Oxford University Press.
- Béjart, M. (2001), Lettres à un Jeune danseur, París, Actes Sud.
- Boys-Stones, G. Graziosi, B. & Vasunia, P. (eds.) (2007) The Oxford Handbook of Hellenic Studies, Oxford University Press.
- Colomé, D. (1988), El indiscreto encanto de la danza, Madrid, Turner.
- Colomé, D. (2007), Pensar la danza, Madrid, Turner.
- Cunningham, M. Y Lesschaeve, J. (2009), El bailarín y la danza, Barcelona, Global Rythm Press.
- Duato, N. (2005), El placer de la danza, Madrid, Síntesis.
- Duncan, I. (2003), El arte de la danza y otros escritos, Madrid, Akal.
- Grove Frazer, L. (1895), Dancing, Londres, Longman, Greens & Co.
- Ferrando, B. (2011), La investigación en danza en España. 2010, Valencia, Ediciones Mahali.
- Fratini, R. (2012), La danza y las derivas de narrar, Barcelona, Colección ‘Danza y Pensamiento’, Mercat de les Flors, Institut del Teatre, Centro Coreográfico Galego.
- Macintosh, F. (ed.) (2010), The Ancient Dancer in the Modern World. Responses to Greek and Roman Dance, Oxford University Press.
- Martínez del Fresno, B. (2000), “Historiar la Danza y/o coreografiar la Historia. Objetivos y problemas metodológicos de la investigación”, en F. Española de Asociaciones de Profesionales de la Danza (ed.), I Jornadas de Danza e Investigación. Murcia, 17,18 y 19 de Diciembre de 1999, Barcelona, Los libros de danza, pp. 11-24.
- Naerebout, F. G. (1997), Attractive performances. Ancient Greek dances: three preliminary studies, Ámsterdam, Gieben.
- Nijinsky, V. (2003), Diarios, Barcelona, El Acantilado.
- Nocilli, C. y Pontremoli A. (eds.) (2010), La disciplina coreologica in Europa. Problemi e prospettive, Roma, Aracne.
- Petit, V. (2008), Le goût de la danse, París, Mercure de France.
- Pritchard, J. (2011), Los Ballets Rusos de Diághilev. 1909/1929. Cuando el arte baila con la música. Catálogo de la exposición, Madrid, Turner.
[1] Por mencionar tan sólo un ejemplo puntual, la ciudad de Santiago de Compostela ha celebrado en los últimos años estos eventos con coloquios, conferencias y muestras de danza desarrollados con el apoyo del Centro Coreográfico Galego, la librería Follas Novas o la escuela Ballet Estudio, cuya co-directora, la Dra. Lola Fojón, ha inspirado en gran medida la redacción de estas páginas.
[2] Uno de los mejores trabajos que analizan y discuten esta situación es el artículo de Beatriz Martínez del Fresno, “Historiar la Danza y/o coreografiar la Historia. Objetivos y problemas metodológicos de la investigación”, publicado en Barcelona en el año 2000.
[3] Ambos autores pueden consultarse en el trabajo de Colomé El indiscreto encanto de la danza, que Rico prologa.
[4] Menciono, por ejemplo, el prólogo de Ana Abad Carlés (2012), que apenas introduce novedades con respecto a la primera edición del año 2004. En este sentido, he de decir que echo de menos en esta última versión la ampliación del apéndice dedicado a la historia de la danza en España (apenas tres páginas) y del no muy numeroso glosario. Pienso que estos dos últimos apartados, casi a medio escribir, desmerecen el resto del trabajo y que habría sido mejor eliminarlos por completo.
[5] Es decir, el conjunto de trabajos publicados por el Institut del Teatre, en colaboración con el Mercat de les Flors, la Universidad de Castilla la Mancha y el centro Coreográfico Galego que, bajo el epígrafe “Danza y Pensamiento”, acaban de editar su cuarto trabajo (La danza y las derivas de narrar), a cargo del profesor Roberto Fratini, así como los recursos de los encuentros MOV-S, publicados por la editorial Generic. Es también interesante destacar la revista Cairón (1995-2010) y la colección “Pliegos de Teatro y danza”, de Aflera Producciones, que cuenta ya con 42 números. Además de otras publicaciones y tesis doctorales ligadas al estudio de la danza contemporánea, podemos añadir el volumen editado por Bartolomé Ferrando (2011), La investigación en danza en España. 2010, que recoge las comunicaciones del “Congreso en Investigación en Danza organizado en Murcia por la Asociación Española de Investigadores de Danza I +D”, o el libro de Cecilia Nocilli y Alessandro Pontremoli (eds.) que, aunque está editado en Italia (2010), ofrece las propuestas del Congreso Internacional de Valladolid, 2008, “La disciplina coreológica en Europa. Problemas y Perspectivas”.
[6] Fundamental es, a este respecto, la sección de Danza de la Editorial Paidotribo, que traduce y edita desde 2007 un importante número de libros sobre anatomía de la danza, técnicas de trabajo corporal y coreografía.
[7] Un buen ejemplo son los rigurosos y fiables manuales sobre Grecia y Roma, The Oxford Handbook of Hellenic Studies (2007) y The Oxford Handbook of Roman Studies (2010), que ofrecen información sobre cualquier esfera del mundo antiguo y apenas si tienen en cuenta la danza.
[8] Por fortuna, los investigadores del Archive of Performances for Greek and Roman Drama de la Universidad de Oxford () han puesto fin a esta tendencia y se ocupan finalmente de la recepción del mundo antiguo también a través de la danza. Un ejemplo muy significativo es la publicación editada en 2010 a cargo de la directora del centro, que lleva por título The Ancient Dancer in the Modern World.
[9] Véanse F. Naerebout 1997, p. 326 y B. Martínez del Fresno 2000, p. 21.
[10] En concreto Le sacre du Printemps, de Nijinsky (1913) y Primittive Mysteries, de Graham (1931). Ésta última se inspiró con posterioridad en las teorías Junguianas logrando coreografías significativamente relevantes. Véase F. Macintosh (ed.), 2010, p. 242, n. 24 y pp. 330-346.
[11] No me refiero aquí a la problemática de la notación sino al verdadero sentimiento de encontrarla de alguna manera entre los libros.
[12] Editado y presentado por Véronique Petit en 2008.