OSKAR ADLER
Segunda parte*
*La primera parte ha sido publicada en el núm. 014, abril 2012 de Sonograma Magazine
Cabe la posibilidad de que el canto de las aves sea meramente un indicio de cierto elevado grado de aptitud pulmonar y técnica de la respiración del cantor. Y no puede ponerse en duda que esa aptitud pulmonar es de valor francamente capital para la aptitud vital de toda la especie de esas aves, teniendo en cuenta que, para las aves; los pulmones no sólo poseen la importancia de órgano de la respiración, como ocurre con los demás animales de pulmones, sino que además significan un órgano aerostático, como enseña la misma estructura de los pulmones de las aves en combinación con membranas pneumáticas que se extienden hasta el interior de los huesos, y aun en algunos casos con mayor extensión hasta debajo de la piel, y sirven, según el grado de aprovisionamiento de aire, para influir en el peso específico de todo el cuerpo del ave acomodándolo al vuelo por el aire.
El canto de las aves podría ser pues un indicio sobre el grado de dominio técnico de ese aparato físico que posea su dueño. La laringe sería entonces Ulla especie de válvula de señalamiento o manómetro sonoro que se pondría en actividad con fines de competencia en la conquista amorosa. Pero aunque eso fuera el sentido o un factor principal para el desarrollo del canto de las aves, no se comprendería aún por qué precisamente las aves cantoras alardearían tanto de esa técnica pulmonar, del dominio virtuoso de su aparato pneumático, mientras las demás aves esconden modesta· mente esas ventajas.
Por lo tanto, tiene que estar en juego otro componente que decida a las aves cantoras a hacer ese despliegue de su arte del canto. ¿No cabría imaginar que el canto de las aves tuviera realmente -pero precisamente sólo para las aves cantoras- una importancia biológica superior al rango de mero indicio?
Recordemos que el propio Darwin hizo la observación de que todas las aves cantadoras son los pájaros más pequeños [1]. Este hechos nos induce a suponer que hay una relación entre el canto de los pájaros y la pequeñez de su cuerpo. Ahora bien, esta relación en primer lugar sólo necesita ser indirecta. Cabría imaginar, y aun considerar muy probable, que los pequeños pajarillas, precisamente a causa de la poca envergadura de su aparato de vuelo, sean más «aerostáticos» y las aves mayores más «aviáticas». Esto sólo ya explicaría que lo que es una ventaja para un grupo, apenas cuente para el otro en sí; entonces resultaría comprensible por qué los pájaros pequeños se jactan más con su manómetro y las aves grandes más con sus superficies de sostén. Voz y plumaje estarían entonces en cierta relación antagónica en cuanto a la técnica de vuelo y el poco vistoso plumaje del ruiseñor nos resultaría tan explicable como la voz poco grata del pavo.
Pero cabría imaginar también que hay una relación directa entre el arte de cantar y la pequeñez del cuerpo haciendo la siguiente reflexión que ruego se acepte solamente a título de ensayo hipotético de añadir un componente más a los anteriores.
Resulta patente de antemano que las condiciones fisiológicas que cuentan para la conservación de la energía vital, son para los animales grandes esencialmente diferentes que las de los pequeños, pues en la naturaleza nunca hay puras diferencias de cantidad.[2]
Abordando pues desde este punto de vista la cuestión antes planteada, habría que hacer la siguiente reflexión: Las aves son animales de sangre caliente, es decir, animales cuyas funciones vitales son posibles con una determinada temperatura del cuerpo (temperatura propia). Es una propiedad que las aves tienen de común con los mamíferos. Por lo tanto, todos los animales de sangre caliente tienen que están dotados de recursos fisiológicos que les permitan mantener esa propia temperatura, es decir, por lo menos producir aquella cantidad de calor que, en virtud de una ley física, es absorbida constantemente de su cuerpo por el ambiente. Pero, para un animal menor, ese suplemento de calor requiere una inversión de producción de calor relativamente mayor que para un animal mayor, porque el primero, a consecuencia de su superficie proporcionalmente mayor, irradia más calor y corre el riesgo de enfriarse más rápidamente. Por consiguiente, se comprende ya a base de esta mera consideración física, aun sin el menor conocimiento de historia natural, que los animales pequeños tienen que hacer mayores esfuerzos que los animales mayores para conservar el calor de su cuerpo. Diciéndolo de otro modo: La producción de calor en los animales menores se hace con mayor intensidad y aprovecharán de modo más intensivo todos los medios de producción de calor de que disponen en comparación con lo que necesitan los animales mayores. Pero, por otra parte, procurarán aplicar en mayor medida todos los medios de producción de calor de que disponen en comparación con lo que necesitan los animales mayores. Pero, por otra parte, procurarán aplicar en mayor medida todos los medios que impidan la irradiación de calor.
¿Cuáles son los medios de producción de calor en el reino animal? En lo esencial son de dos clases: químicos y mecánicos. Entre los medios químicos figura en primer lugar la combustión. del material de calentamiento fisiológico del cuerpo absorbido como alimento, a cuyo objeto se le aporta la cantidad necesaria de oxígeno a través del gran fuelle llamado los pulmones.
Entre los medios mecánicos figura toda clase de movimiento, o sea en el sentido más amplio todo movimiento de los músculos del cuerpo, tanto si se trata de los movimientos de las extremidades como de los instrumentos de masticación, de los órganos muscula- res más involuntarios de la respiración como, por último; de la musculatura de la laringe, como tendremos que demostrar.
Mediante una investigación sumamente laboriosa y detallada, Quetelet ha demostrado que entre el tamaño del cuerpo y la frecuencia del pulso existe una relación de proporcionalidad tal que a medida que aumenta la extensión del cuerpo baja la frecuencia del pulso y viceversa. Considerando que, según lo que decíamos antes, la acción del corazón junto con el movimiento de la sangre figuran entre las fuentes de calor del organismo, no necesitaremos más para comprender ese hecho estadístico. [3]
Pero el movimiento del corazón no es más que una de las fuentes mecánicas de calor. Aun el observador más superficial sabe que los animales pequeños son siempre más movedizos que los mayores. Piénsese en los perritos pequeños que se mueven incesantemente dando saltos en torno a su dueño, se le adelantan en los paseos y luego vuelven a su lado, y hacen tres veces todo camino, y compáreseles con el paso digno del perro de San Bernardo. Algo semejante ocurre con los niños en comparación con los adultos. Los animales pequeños parecen más vivos, lo cual empero sólo significa que sus esfuerzos para producir calor tienen que ser mayores, con lo cual aumenta al mismo tiempo la vitalidad del organismo.
Ahora bien, aplicando esta observación a nuestra cuestión, en primer lugar no puede ofrecer la menor duda de que, entre todas las aves, las más pequeñas son las que mayores esfuerzos tienen que hacer para conservar el calor de su cuerpo. A este efecto tratarán de explotar en la medida de lo posible todas las fuentes de calor que les dio la naturaleza, con tal de no enfriarse. Y entre esos medios figura, a mi juicio, de modo sobresaliente aquella vibración de la musculatura de la laringe que tanto nos impresiona con el «canto».
Examinándolo superficialmente, esto parece una formidable exageración de la fuerza generadora de calor de la voz. Pero considerando la proporción de longitud de la laringe con la longitud total del cuerpo de los pájaros, resulta inevitable apreciar como es debido ese instrumento de calor.
Esa fuerza se fortalece aún con la índole del canto del pájaro. Como se sabe, ese canto se mueve en las notas de la octava más alta de nuestro sistema musical, es decir, consta de notas de muy alta velocidad de vibración; pero aun las notas mismas varían con suma rapidez (trinos), y así comprenderemos que precisamente esos trinos no tengan otra significación que la de provocar un cambio rápido en la tensión de la musculatura de la laringe y con él elevar la energía generadora de calor.
A mi juicio, esta vibración de la musculatura de la laringe de los pequeños cantores guarda estrecha analogía con los movimientos de masticación incansables y de extraordinaria frecuencia de los pequeños roedores, por ejemplo del ratón doméstico. Obsérvese la actividad oscilatoria en delicadas ondas de los instrumentos de la boca, que no perdona objeto alguno, ni siquiera aquellos que no interesan como alimento.
Otro hecho que viene a corroborar nuestra interpretación de la significación biológica del canto de los pájaros, es que cuando éstos cantan con mayor ardor es de madrugada antes de salir el sol y asimismo por la noche después del ocaso. Son las fases del día en que más baja está la temperatura. Por la mañana, cuando el pájaro despierta, su primera tarea es calentar el cuerpo. Sin duda esto no necesita mayor fundamentación. En la noche se ha protegido en lo posible de la pérdida de calor, pues «hinchando» su pequeñísima figura obtuvo un volumen en apariencia mayor y una superficie relativamente menor, debajo de la cual, por añadidura, esconde todas las partes modeladas de su cuerpo, la cabeza y una pata. Ahora, después de despertar, despliega toda la arquitectura de su cuerpo con todos sus salientes y entrantes, y entonces tienen que comenzar de nuevo su elevada producción de calor. Al anochecer, con el ocaso del sol, se produce un fuerte enfriamiento del aire, que exige idéntico modo de proceder. Tal me parece ser el sentido biológico del «canto del alba» y del «canto del anochecer» de los pájaros. [4]
Concibiendo de este modo el canto de los pájaros, nos resulta comprensible que desempeñe tal papel en la elección de pareja. Es el indicio del grado de aptitud pulmonar y vital de su dueño y la competencia entre los pájaros no es entonces sino precisamente aquel presentarse a prueba de que hablábamos. Sea como fuere, ya veremos luego que, sin embargo, no es éste el único sentido del canto de los pájaros, antes bien tiene otro significado en que ya insistió también Darwin y en todo caso podría relacionarse más estrechamente con la música.
[1] Las aves grandes no cantan, con la única excepción del cisne cantante (Cygnus musicus). Es aquella variedad de cisne que se da en el extremo Norte., cuyo canto en todo caso sólo se oye cuando esos animales, a causa del gran frío, están expuestos a morir de congelación o de hambre, de suerte que la antigua leyenda del “canto del cisne”no pertenece en absoluto al reino de lo fabuloso.
[2] Por ejemplo, no cabe imaginar que existiera u~ hombre tres veces más alto que el actual sin que se alterara todo su organismo. Un hombre aumentado solamente por sencillas relaciones de proporcionalidad difícilmente podría levantarse del suelo, puesto que el peso de su cuerpo sería 27 veces mayor que el de un hombre normal, mientras que su fuerza muscular sólo sería 9 veces mayor. Por lo tanto, si la naturaleza produjera esos monstruos, tendría que proporcionarles una musculatura relativamente mucho más importante. De ahí se desprende ya que rin animal pequeño, tomándolo también relativamente, no sólo absolutamente, necesita para moverse una musculatura menor. La maravilla de la pulga, que puede saltar a una altura por lo menos 100 veces superior a su longitud, no es pues un milagro como parecería a una consideración tan errónea como superficial que prescindiera de que, en la naturaleza, todas las variaciones cuantitativas deben ser al mismo tiempo modificaciones cualitativas.
[3] Por ejemplo, la frecuencia del pulso es aproximadamente de 130 en el recién nacido y de 68 en el adulto; en los hombres más pequeños es más alta. El caballo tiene apenas 50 pulsaciones, el elefante apenas 40, etc.
[4] Se me ha objetado a menudo en este pasaje que si fuera cierta la hipó· tesis del canto de los pájaros como fuente de calor, los pájaros cantarían más en invierno que en verano. Contra esa objeción diré que la mayoría de los pájaros abandonan ya nuestras regiones en otoño y buscan climas más calientes, pues tampoco podrían combatir el frío con el «canto»; y en cuanto a los que pasan aquí el invierno, se lo pueden permitir gracias a su plumaje (pieles de invierno) que los protege contra el frío más eficazmente que el termóforo de la laringe, que suele hacerse funcionar intermitentemente.
Cuando hace mucho frío es más eficaz protegerse contra él que elevar la producción de calor, porque ésta no puede elevarse al grado que sería necesario para paralizar la pérdida de calor. De ahí que el hombre no se contente en invierno con «temblar» de frío -producción de calor de la musculatura de la piel (trino de la piel)- sino que se pone el abrigo.