- S – Capítulo I
- S – Capítulo II
- S – Capítulo III
El silencio es el inicio, la mente quieta.
El término chino chan o channa (zen en japonés) es una versión fonética del sanscrito dhyana, que suele traducirse como “meditación”. Algunos maestros chan utilizaron el silencio para expresar la idea del “wu” o “primer principio”. Se dice que el monje Huizhong fue a discutir con otro monje sobre el wu, pero simplemente se sentó y quedó en silencio. Entonces el segundo monje le dijo a Huizhong:- Hágame el favor de proponer su tesis para que yo pueda argumentar. Huizhong replicó:- Ya he expuesto mi tesis. El monje pregunto:- ¿Cuál es? Huizhong dijo:- Sé que está más allá de su comprensión y diciendo esto, se levantó. [DaoYuan, 1935].
La tesis que expuso Huizhong fue la del silencio. El primer principio (wu) no es algo que pueda describirse con palabras, la mejor forma de exponerlo es mediante el silencio. Al darle un nombre o una definición, un signo, inmediatamente se le impone un límite.
Para Parménides el silencio pertenecía al ámbito del No Ser. «No se puede pensar ni decir lo que no es», sin embargo desde el punto de vista de la semiótica podemos expresar que todo aquello que decimos o pensamos, por el sólo hecho de decirlo o pensarlo, ya es. Es decir, que todo aquello a lo que damos sentido pensándolo y/o diciéndolo, pasa automáticamente a integrar el reino del Ser.
Para describir lo indescriptible, para definir lo que no podemos definir utilizamos el silencio. Para poder expresar todo aquello que No Es empleamos el silencio como algo que Es.
Pero ¿podemos describir el silencio?, ¿podemos encontrar el silencio?, ¿podemos recrear un silencio que sea percibido como ese silencio que contiene al mundo?
Tanto en la literatura como en la música muchos autores hacen referencia al silencio, a ese silencio indescifrable, a ese silencio individual, a ese silencio que Es.
Existe una necesidad de compartir esa experiencia personal que damos en llamar silencio, esa experiencia propia de todo ser humano que es inexpresable mediante símbolos lingüísticos. Un silencio que es fundamental en nuestra vida, tanto individualmente como colectivamente, que forma parte de cualquier estructura que hemos forjado para entender nuestra realidad; y sin embargo, como el entendimiento se encuentra sometido a diversas lecturas de lo que damos en llamar realidad y depende de la experiencia propia de cada ser humano.
¿Qué es la mente quieta?
Para contestar esta pregunta es necesario que cada persona, en el ámbito individual, indague sobre qué significa para sí la “mente quieta o quietud de la mente”. Cada ser humano deberá crear su propio concepto, un concepto que parte de las experiencias propias, del mundo que lo rodea, de la subjetividad de su opinión, de las vivencias que esté experimentando al momento de hacerse la pregunta.
Lo único que sabemos acerca de lo que damos en llamar aquí “mente quieta” es que no existe una fórmula, una unificación de criterios, un enunciado. Quizás existen ciertos caminos que al parecer pueden acercarnos a ese estado de la mente con más facilidad; pero algo es seguro, de lo que estamos hablando es de una experiencia propia y como tal es intransferible.
Sin embargo preguntarnos ¿qué es para nosotros “la mente quieta”? puede darnos varias respuestas y despertar nuevas preguntas.
Elegí el término “mente quieta” partiendo de idea que lo que solemos llamar “quieto” suele estar en constante movimiento. Nada de lo que vemos o percibimos se encuentra estático, se compone de algo sólido; todo lo que hay a nuestro alrededor son moléculas en constante movimiento, que cambian, se regeneran y toman nuevas formas. Lo que vivimos, lo que existe a nuestro alrededor, son cúmulos de energía.
El análisis de la energía ha sido estudiado por diferentes disciplinas: las matemáticas, la filosofía, la física, las religiones, el arte, etc. Esta energía de la que hablamos, se encuentra en constante movimiento, es la misma que hace que una nave espacial vaya hasta Marte, es la que enciende el fuego, la que mueve nuestro cuerpo.
El teatro es una de las disciplinas artísticas que ha estudiado de manera más exhaustiva las formas de la energía, sobre todo las formas que la energía toma respecto del cuerpo.
« [En el teatro] al igual que en la física la energía no debe degradarse, ni desaprovecharse, también en el actor es necesario construir una especie de oposición que como un dique sea capaz de retener la energía constantemente producida y renovada por el actor. Esto es el tamé.
Tanto en el teatro japonés Nô como en el Kabuki existe la expresión tamerú, que puede representarse por un ideograma chino que significa acumular, o por un ideograma japonés que significa doblar, en el sentido de doblar algo al mismo tiempo flexible y resistente, como por ejemplo: una caña de bambú. Tamerú indica el retener, el conservar. De ahí el tamé la capacidad de retener las energías, de absorber en una acción limitada en el espacio las energías necesarias para una acción más amplia…
La energía en el tiempo se manifiesta por tanto a través de una inmovilidad recorrida cargada por la máxima tensión: es una calidad especial de energía que no está determinada necesariamente por un exceso de vitalidad, ni por el empleo de movimientos que desplacen al cuerpo. En las tradiciones orientales el verdadero maestro es el que está vivo en la inmovilidad»[Eugenio Barba, 1988].
Propongo llevar esta inmovilidad de la cual habla Eugenio Barba al campo del silencio y por ende, también, al de los sonidos y los sentidos.