2015

Ulises inmigrante: Salas Subirat, sus orígenes catalanes, su argentinidad incómoda
Lucas Petersen

Departamento de Artes Dramáticas
Universidad Nacional de las Artes

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Recibido: 30 noviembre 2015
Aceptado: 20 diciembre 2015


Mucho se ha hablado sobre las virtudes y flaquezas de la primera versión castellana de Ulises, la que publicó J. Salas Subirat en la editorial argentina Santiago Rueda en 1945. Aparecida dos décadas después de que el escritor irlandés hubiera conmocionado al mundo literario, la traducción de este habitante de los márgenes del campo literario porteño, hecha contra una ausencia pavorosa de bibliografía y un inglés que manejaba no sin vacilaciones, parece a algunos —y no son pocos—, aun con falencias, la mejor versión.(1)

¿Quién fue Salas Subirat? Pese a ser uno de los traductores más notorios de la historia argentina, se conservan informaciones dispersas de su vida. Hasta la realización de esta investigación (2) unos pocos datos estaban consignados en artículos breves como «Datos para una biografía: José Salas Subirat», de Marietta Gargatagli,(3) o «El destino en español del Ulises», de Juan José Saer,(4) luego reproducidos por otras fuentes.

Además de publicar novelas, ensayos y libros de poemas entre los años veinte y los cuarenta, fue un prolífico escritor de libros sobre venta de seguros, actividad a la que se dedicó casi toda su vida en la compañía La Continental de Buenos Aires. También fue uno de los primeros autores en América Latina de libros de autoayuda como El secreto de la concentración, que editó en la colección de «Superación Personal» de la editorial Americalee. E incluso como traductor, antes de Ulises, había publicado un puñado de libros para niños sobre grandes compositores de música clásica, aparecidos en la popular editorial Anaconda.

Había nacido el 23 de noviembre de 1900 en San Cristóbal Norte, hoy un barrio céntrico de Buenos Aires (que ya no lleva el «Norte» en su nombre) pero que por entonces era una parte del primer anillo periférico al centro capitalino. En aquellos años, la capital argentina se estaba transformando de manera vertiginosa. El loteo de los suburbios y la ampliación de la red de tranvías habían ofrecido a trabajadores de cierta calificación y a la emergente clase media la posibilidad de acceder a una vivienda propia en esos nacientes barrios en los que se amalgamaban los criollos (como aquellos compadritos que mitologizaron el tango y Borges, por ejemplo) con las multitudes inmigrantes. El traslado de población desde centro hacia allí creaba también pequeños mercados locales que eran asistidos por hombres de oficio como el padre y el abuelo materno del traductor.

Poco se sabe de su padre, José Salas Puig,(5) salvo que en algún momento de comienzos del siglo XX tenía un taller de afilación. De los Subirat, en cambio, es posible conocer un poco más. Venían de Girona. Allí nació Florentina, la madre del traductor, en 1876, hija de Juan Bautista Subirat, peluquero de profesión, y de María Abella. Aparentemente, tanto el padre como la madre (con su familia) del traductor llegaron en 1889. Todo indica que se conocían desde su tierra de origen.(6)

Con la ola inmigratoria fueron fundándose en la Argentina sociedades de ayuda mutua que, en el caso de los que llegaban de España (y también de otros países europeos), tomaban como punto de referencia la provincia o la región y no tanto el país de proveniencia. Así se configuraron el Casal de Catalunya, el Centro Gallego, el Centro Asturiano y una miríada de agrupaciones incluso más acotadas en su referencia geográfica. Ellas ofrecían a los recién llegados una red de contención ante las dificultades a las que se enfrentaban del nuevo mundo.

Llegado muy joven en 1869 con muy pocos recursos, Aleu había alcanzado rápidamente una holgada posición económica. En Buenos Aires, creó el diario El Español (de corta vida en 1875), la revista L’Aureneta (primer periódico catalán de Sudamérica, en 1876), fundó el Centre Catalá, la Cruz Roja Argentina, se desempeñó en diversos cargos municipales y desarrolló una fuerte actividad empresarial en varias ramas de la economía. Aleu ejercía un marcado liderazgo comunitario, por el que fue reconocido en sus varias visitas a Barcelona. Encabezó el Comité de Acción Catalana de Sud América (que reunía entidades de todo el subcontinente), fundado en 1919, y era uno de los delegados de la Casa de América de Barcelona, que en los hechos equivalía a ser una suerte de cónsul catalán en la Argentina. A partir de 1905, en el plano político, Aleu comenzó a tomar posiciones autonomistas, «en un proceso que alcanzaría su punto culminante en 1917, cuando publicó una compilación de sus artículos y discursos bajo el título Lluny de la terra», según detalla Alejandro Fernández.(7)

Vicente Cutolo, en su Historia de los barrios de Buenos Aires, completa el perfil sobre Aleu: «Cuantos catalanes de cierta notoriedad arribaron a estas playas fueron cordialmente invitados a su hogar, donde eran agasajados con un suculento almuerzo».(8) Pasaron por esa casa Pablo Casals, Juan Goula, Enrique Borrás, Santiago Rusiñol, Julio Borrel y Miguel Viladrich, entre otros. Aunque no es posible detectar un vínculo directo entre Aleu y Salas Puig, no es descabellado conjeturar que la llegada de la familia a una subdivisión del terreno donde estaba ubicado esta casona, donde José padre instaló su taller de afilación, debió mucho a esos orígenes comunes.

En cuanto al traductor, guardó relación con sus orígenes catalanes, aunque no pareció tener un vínculo cercano con las actividades comunitarias. Pese a que hablaba el idioma catalán desde la cuna, la única reseña que publica sobre un libro de esa procedencia es a partir de una versión en castellano. Se trata de La nacionalidad catalana, de Enrique Prat de la Riba, en versión de M. Cases, editada en Buenos Aires por La Biblioteca Catalana. En el número de abril de 1926 de la revista Los Pensadores (órgano que agrupaba a una parte de jóvenes escritores de izquierda, en su mayoría primera generación de argentinos), su postura ante los planteos del autor, en su brevedad, es algo ambigua:

Los desmanes del directorio militar de España, que desterró a Unamuno y culminó en estos días con la clausura del diario La Época, dan singular relieve a este libro que pone en circulación la Biblioteca Catalana. Su autor, Enrique Prat de la Riva, fue un regionalista de carácter, lo que se echa de ver en estas páginas escritas en un estilo sobrio y fuerte.

De todos modos, su pensamiento no es moderno, su concepción de «La federación ibérica» es detestable en cuanto tiende al imperialismo [y al] «florecimiento de la exaltación nacional».(9)

Posiblemente, el ímpetu imperialista que percibe Salas Subirat en la obra tiene que ver con la asociación entre nacionalismo conservador e imperialismo que por entonces, tanto él como sus compañeros de la revista, imbuidos de un ánimo internacionalista, realizaban de manera lineal. El futuro traductor de Ulises reconoce el valor reivindicativo de La nacionalidad catalana en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera, pero, en el mismo contexto (al que contribuye no poco la reciente emergencia del fascismo italiano), no deja de resultarle sospechoso su exaltado tono nacionalista.

Un segundo vínculo visible de Salas Subirat con la comunidad catalana de Buenos Aires pasa también por los libros. Su segunda obra, Marinetti. Un ensayo para los fósiles del futurismo (1926), fue publicada por Editorial Tor, un emprendimiento fundado por Juan Torrendell, intelectual algo bohemio que en su juventud, en Catalunya, había sido uno de los impulsores del modernisme junto a Gabriel Alomar, el mismo que acuñó el término «futurismo» antes que Filippo Marinetti. Torrendell encabezaba junto al Antonio Aleu la nómina de delegados de la Casa de América de Barcelona en Argentina.(10) La editorial había alcanzado bastante éxito comercial a partir de la edición de libros baratos para el creciente público popular y era dirigida con diestro ojo comercial por su hijo, Juan Carlos Torrendell.

La Biblioteca de Exposición y Crítica en que se publicó Marinetti se presentaba como una «colección de folletos monográficos, sobre temas de palpitante actualidad” que se ofrecían a un precio muy bajo y prometían no encolumnarse en una línea ideológica determinada. Los primeros volúmenes fueron El clero católico y la educación, de Constancio C. Vigil, y Un enemigo de la civilización: Lugones, de Julio Fingerit. Este último estudio, dedicado al eminente poeta argentino Leopoldo Lugones, en tránsito por entonces hacia el ideario fascista (en un famoso discurso en Perú acababa de proclamar que había llegado «la hora de la espada»), fue reseñado por Salas en un número de Los Pensadores.(11) El tercero fue, justamente, el del futuro traductor de Ulises dedicado al pope futurista que por esos días iba a visitar Buenos Aires.

El libro es una mezcla de ensayo artístico, libro divulgatorio sobre el movimiento liderado por Marinetti y panfleto antifascista. Uno año después saldría por la editorial de los Torrendell, como séptimo tomo de la colección, A cien años de Beethoven, una pieza similar en tanto cruzaba elementos de divulgación con otros de reflexión sobre temas de actualidad (en este caso, el debate que había despertado la efemérides entre vanguardistas y tradicionalistas).


Argentinos e inmigrantes

Los vínculos notorios de Salas Subirat con la comunidad catalana argentina no parecen ir mucho más allá de estos datos circunstanciales. Esto no es extraño en un argentino hijo de inmigrantes. En tiempos en que el nacionalismo era un sentimiento más arraigado en las élites que en los sectores populares de donde venía la mayor parte de los recién llegados, casi todos ellos (y sus padres) habían aceptado gustosos el pacto de nacionalización a cambio de ascenso social que les ofrecía el Estado argentino. En ese sentido, el sistema educativo público era una gigantesca y aceitada máquina de asimilación que tenía como objetivo manifiesto diluir en los hijos toda marca de identidad de los padres inmigrantes. Respondía a la necesidad de arraigar y amalgamar a una sociedad por demás heterogénea: más de la mitad de los habitantes de Buenos Aires en 1914 había nacido en el exterior.(12)

Esto no implica, de todas formas, que su origen catalán —inmigratorio, habría que decir, en un sentido más general— no hubiera influido de otra forma, quizás más lateral, en su formación y su proyecto intelectual. Una circunstancia ineludible es que el contraste entre un espacio privado y un espacio público en que se hablaban idiomas diferentes pudieron aguzar su oído y su interés para la traducción y el aprendizaje de idiomas. Otra puede ser la centenaria inclinación catalana hacia esta práctica, aunque en el caso de Salas Subirat, sus recuerdos de lecturas tempranas no mencionan a su hogar como origen de ese hábito, lo que sugeriría que leer podía ser un mandato familiar, aunque poco preciso.

Justamente, quizás la mayor influencia de su origen catalán se diera por una carencia. Los intelectuales hijos de inmigrantes venían por lo general de hogares poco dotados de recursos culturales, cuando no directamente analfabetos (no parece ser el caso de los Salas), y no era excepcional que dejaran la escuela tempranamente para salir a trabajar. De esa forma, solían completar su formación de manera autodidacta e intuitiva. Muchas veces, leían la literatura extranjera a partir de traducciones circulantes en ediciones populares o del idioma materno que hubieran recibido.

El catalán no le legaba a Salas Subirat una tradición literaria prestigiosa, al menos según las concepciones dominantes de una Argentina seducida en esas décadas por literaturas como la francesa, la inglesa, la rusa y, en menor medida, la italiana. Todos los jóvenes intelectuales de origen humilde, muchos agrupados en el llamado grupo Boedo (nombre de un barrio periférico), fungieron incluso como traductores improvisados en sus revistas independientes. Así, los de origen judío ruso o ucraniano, como César Tiempo (alias de Israel Zeitlin), solían traducir del ruso. Había, por supuesto, un virtual ejército de traductores del italiano (Castelnuovo, Barletta, Stanchina, Vignale, Riccio y un largo etcétera). Pero —a juzgar por los comentarios incluidos en revistas como Los pensadores o su sucesora, Claridad— no parecía haber en el catalán un repertorio de obras que atrajeran a esa generación y que, por lo tanto, sirvieran de campo de pruebas para el futuro traductor.

Tal vez por esta carencia fue que Salas Subirat explotó desde muy temprano una asombrosa facilidad para el aprendizaje de otros idiomas, animado por el impulso de ir a la literatura en su fuente original. A sus 26 años, además del catalán familiar, ya mostraba dominio del inglés (en 1923 montó una Academia de inglés y taquigrafía) y un manejo al menos básico del italiano (como lo muestra su libro sobre Marinetti) y el francés (publica una reseña de un Barbusse que no había sido traducido aun y menciona varias fuentes en ese idioma en A cien años de Beethoven). Tras su ingreso como traductor (aparentemente, del inglés) a la filial sudamericana de la empresa comercial soviética Amtorg, en 1925, aprendió también el ruso, según recuerda en un artículo de prensa décadas después.(13) En esa misma nota, junto a un pasaje que se ocupa de los idiomas que maneja, entre los que suma al portugués y el alemán, hay incluso una anotación a mano en la que alguien apuntó «japonés». Todos estos idiomas, incluso el inglés, en cuyo aprendizaje pudo haber tenido un rol minoritario la interrumpida instrucción escolar primaria o la frecuentación de cursos en entidades como el Centro Asturiano,(14) parecen haber sido adquiridos de manera autodidacta. Salas Subirat aprendía traduciendo, traducía para aprender.

En definitiva, como ocurrió con la mayor parte de los hijos de inmigrantes en la Argentina, la herencia catalana es tan arraigada como diluida. Lo catalán fue la forma particular que tuvo Salas Subirat de experimentar el origen migratorio común. Otros debieron hacerlo mediante otros parámetros. Quizás, el grado de distancia con las pautas culturales argentinas —en el que desempeñaron un rol fundamental las creencias religiosas— era lo que determinaba el grado de conservación de ese legado: judíos, alemanes, daneses, holandeses, sirio-libaneses, por ejemplo, solían retener más de su herencia que quienes llegaron de los países latinos y católicos. De la misma forma, la dirigencia comunitaria solía reclutarse de capas sociales más acomodadas. Por lo que ese legado debió ser asumido no como una marca definitoria e innegociable de su identidad sino más bien como un componente.

Ese componente es difícil de determinar, pero las actividades casi febriles de Salas Subirat recuerdan aquellas frases que Domingo Faustino Sarmiento dedicó a la frenética industrialidad de Barcelona.(15) Profesor de inglés, oficinista, corredor de seguros, capacitador de seguros (por lo que viajó por numerosos países), traductor, novelista, poeta, escritor de libros de superación personal y hasta, en los años treinta, fabricante de los juguetes Chaminú.

Esa identidad catalana, que quizá se muestre diluida en sus obras, debió ser más elocuente en la sociabilidad de la época: uno de los recuerdos que sobre Salas Subirat incluyó en su autobiografía el famoso cantante y compositor de boleros Mario Clavell (quien sería su secretario en la compañía de seguros La Continental), cuando señala que cuando se conocieron el traductor remarcó con entusiasmo la coincidencia de apellidos catalanes entre ambos.(16)


Ni de aquí ni de allá

Alguna vez Borges pretendió fundar la literatura argentina sobre el reconocimiento y la producción de un tono propio, ajeno a las mutaciones que produjo la inmigración en el habla y luego en la escritura. Ese tono que solo podrían formular los poseedores tradicionales del idioma y la cadencia argentinos, esto es, aquellos que lo vinieron hablando por generaciones. «La voz argentina elige a sus enunciadores antes que ellos puedan elegirla», glosa Beatriz Sarlo al autor de Ficciones.(17) Es decir, en esta postulación quedaba excluida nada menos que media generación, aquella que en la cuna había hablado «dialectos», jeringozas incomprensibles o variantes vulgares de las grandes lenguas literarias.

Resulta evidente dónde estaba Salas Subirat. Su Ulises es la completa antítesis de aquel postulado. Salas, en tanto hijo de inmigrantes, en tanto intelectual autoformado en el desorden y el tanteo del idioma literario, nunca podría alcanzar la condición exigida por Borges. No es un elegido de esa voz argentina. Por eso, quizás, la recepción de Borges de su versión es entre crítica y burlona.

En Salas Subirat es posible percibir un tono de incomodidad. No solo en Ulises. Repasar su producción literaria ofrece el mismo espectáculo, desde la ingenua novela La ruta del miraje (1924) hasta los mucho más convincentes —sin ser deslumbrantes— relatos de La traición del sol (1941), o en sus libros de poesía de los 40 (Alije y trasbordo y Las hélices del humo). En Ulises, esa torsión se exhibe por ejemplo en entre el «tú» literario (no el «vos») y el léxico callejero aporteñado; entre el «muchacha» y el «chica» que utiliza indistintamente; entre el verbo culto y la golpiza lunfarda en frases como: «le propinaban una buena soba en el calabozo».

Parte de este problema fue abordado por Carlos Gamerro en Ulises: claves de lectura, cuando señala que la misma disputa simbólica entre una lengua metropolitana y una subalterna que trasluce Salas Subirat está presente también en Joyce, quien desde la diáspora irlandesa, pretende y logra refundar la lengua de la metrópolis (18). Para Gamerro, esto hace que la traducción de Salas toque como ninguna otra un nervio de la escritura joyceana.

Pero, como se vio, la relación centro-periferia no es solo la del espacio hispanohablante iberoamericano. Hay también una relación centro-periferia dentro del espacio literario argentino, que tiene en el primer lugar a los que heredaron cierto tono propio (que, dicho sea, eran también quienes tenían cierta habitualidad con las lenguas literarias fundamentales: el inglés y el francés) y en el segundo lugar a los que no participan de aquel tono y tenían una relación algo externa con las lenguas de la gran literatura.

Así, podría decirse que el Ulises de Salas Subirat se encuentra condicionado a cuatro bandas. Condicionado por una tradición literaria argentina en consolidación que le resulta a medias propia, a medias ajena. Condicionado por su aprendizaje irregular del idioma inglés, sin vínculo con hablantes nativos. Condicionado por un castellano peninsular que es considerado aun una especie de norma respecto de la cual el resto de las variantes no son más que desviaciones (así era enseñado en la escuela; así era adoptado como lengua literaria, sobre todo, por algunos de quienes tenían en esa institución la única vía de acceso a la literatura). Condicionado, final e inevitablemente, por la innovación operada en el castellano rioplatense desde fines del siglo XIX por influjo de las lenguas del mundo que se hablaban en las calles de los centros urbanos.

En definitiva, no hay en ese Ulises ni castellano peninsular ni castellano rioplatense preinmigratorio en estado puro. Hay, en cambio, un vaivén que nunca alcanza a estabilizarse, ni siquiera encuentra un compromiso definitivo. Es pura ebullición, pura crispación, pura oscilación entre la duda y el atrevimiento. Por eso, paradójicamente, en su Ulises, ese registro que no es de aquí ni es de allá, triunfa en su propia y vital indeterminación.

Juan José Saer, en el artículo citado al comienzo, lo definió con precisión poética: «el río turbulento de la prosa joyceana, al ser traducido al castellano por un hombre de Buenos Aires, arrastraba consigo la materia viviente del habla que ningún otro autor —aparte quizás de Roberto Arlt— había sido capaz de utilizar con tanta inventiva, exactitud y libertad». Esa materia viviente no es otra cosa que esa variante rioplatense del castellano de la primera mitad del siglo XX, que tiene vestigios del tono criollo que anhelaba Borges, aspiraciones a la supuesta norma de la variante ibérica culta y marcas inequívocas del nuevo léxico, el nuevo ritmo, la nueva melodía que habían ido macerando tras el tsunami lingüístico que significó la inmigración para la cultura argentina. En resumen, un castellano habituado a —por estar formado en— la hibridación y el neologismo, que tan bien, por razones obvias, calzó en la horma de la obra de Joyce.

Este Ulises, en síntesis, es un corolario posible de un largo proceso de conformación lingüística. Es uno de sus monumentos. Resulta simbólica la coincidencia de que en 1945, cuando se publique, esté abriéndose en la Argentina otro período de conmoción cultural profunda, con la aparición de nuevos actores sociales y nuevas voces en la vida pública del país: el peronismo. El Ulises de Salas parece concluir así el ciclo de la problemática incorporación de los hijos de la inmigración —y de su babélica voz— a la cultura local.


NOTAS

(1) Antes de la versión completa de Salas Subirat, habían sido publicados en castellano y en otras lenguas ibéricas fragmentos de la obra, firmados por Antonio de Marichalar (Revista de Occidente, Madrid, noviembre de 1924), Jorge Luis Borges (Proa, Buenos Aires, enero de 1925), Ramón Otero Pedrayo (al gallego, en Nós, La Coruña, agosto de 1926), Ernesto Giménez Caballero (La Gaceta Literaria, Madrid, 1927), Manuel Trens (al catalán, en Hélix, Vilafranca del Penedés, 1930) y Óscar Rodríguez Feliú (Espuela de plata, La Habana, 1940 y 1941). Sobre estas referencias, véanse, por ejemplo, Ana Gargatagli, «El primer Ulises español: cinco reflexiones», 1611. Revista de Historia de la Traducción (Barcelona), 7 (2013). Disponible en http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/gargatagli3.htm [consultado: 30 noviembre 2015]; Carlos Santa Cecilia, La recepción de James Joyce en la prensa española: 1921-1976, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997; y Francisco García Tortosa, «Las traducciones de Joyce al español», en Francisco García Tortosa y Antonio Raúl de Toro Santos (eds.), Joyce en España I. Cursos, Congresos e Simposios, 10, A Coruña, Universidade da Coruña, Servicio de Publicacións, 1994, pp. 19-29..

(22) Una versión completa de esta investigación biográfica aparecerá en Penguin Random House en 2016.

(3) Ana Gargatagli, «Salas Subirat: Datos para una biografía», El Trujamán. Revista diaria de traducción (Centro Virtual Cervantes), 20 febrero 2002. Disponible en http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/febrero_02/20022002.htm. [Consultado: 30 noviembre 2015.]

(4) Juan José Saer, «El destino en español del Ulises», El País (Madrid), 12 junio 2004. Disponible también con el título «J. Salas Subirat» en Juan José Saer, Trabajos, Buenos Aires, Seix Barral, 2003.

(5) Los nombres catalanes están castellanizados, tal como eran utilizados en la Argentina.

(6) Las historias familiares fueron recontruidas a partir de las actas bautismales de Florentina Subirat Abella (Catedral de Girona, 26 abril 1876), Isabel Subirat de Raymundo (Parroquia de San Cristóbal, 19 marzo 1892), Juan Bautista Subirat (ibídem, 3 enero 1895), Manuel José Gerónimo Salas (ibídem, 3 enero 1895), María Rosa Salas y Puchi (ibídem, 15 octubre 1896) y Juan Bautista José Jerónimo Salas (ibídem, 14 septiembre 1899) y de las planillas del Censo Nacional argentino de 1895 correspondientes al distrito 18, manzana 50. Todos ellos se pueden consultar en el sitio https://familysearch.org. La profesión de José Salas Puig es mencionada por César Tiempo en «Pequeña cronohistoria de la generación literaria de Boedo», Argentina de hoy (Buenos Aires), año II, 18 (miércoles 1 octubre 1952), p. 8.

(7) Alejandro Fernández,«La revista Catalunya de Buenos Aires, el exilio y la colectividad inmigrada (1927-1964)», ponencia en el X Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea Nuevos Horizontes Del Pasado: Culturas Políticas, Identidades y Formas de Representación, Santander, Universidad de Cantabria, Facultad de Filosofía y Letras, 16 y 17 septiembre 2010.

(8) Vicente Cutolo, Historia de los barrios de Buenos Aires, vol. 1, Buenos Aires, Elche, 1996. Cutolo toma como fuente un artículo de José María Monner Sans que se publicó en La Prensa en una fecha no consignada de 1976. Toda la esquina, incluso la parte que perteneció a los Salas Subirat, está ocupada actualmente por el Instituto Vocacional de Arte Manuel José de Lavardén.

(9) J[osé] S[alas] S[ubirat], «La nacionalidad catalana, por Enrique Prat de la Riba, traduc. de M. Cases», Los Pensadores (Buenos Aires), año 5, 120 (abril 1926), s/p.

(10) Casa Amèrica Catalunya: un trajecte centenari, Barcelona, Fundació Casa Amèrica Catalunya, 2011, p. 55.

(11) J[osé] S[alas] S[ubirat], «Un enemigo de la civilización: Lugones, por Julio Fingerit», Los Pensadores (Buenos Aires), año V, 121 (mayo 1926), s/p.

(12) La cifra fue registrada por el Censo Nacional realizado ese año. El 58% de los habitantes de centros urbanos era extranjero. A nivel nacional total, tres de cada diez personas había nacido en el exterior.

(13) E. Díaz Bustamante, «Es un portentoso ejemplo de voluntad y de trabajo el del escritor Salas Subirat, al que se debe un gran libro sobre seguros», Noticias Gráficas (Buenos Aires), 9 febrero 1954, s/p.

(14) Por cercanía geográfica a su hogar, Salas Subirat debió concurrir a la Escuela Carlos Pellegrini. Es imposible verificar el dato, dado que los archivos históricos del establecimiento se perdieron en un incendio. Allí, según Jorge Larroca, los varones aprendían, además de los contenidos curriculares habituales, francés e inglés, toda una innovación en los planes de estudio de la época. Jorge Larroca, San Cristóbal, el barrio olvidado, Buenos Aires, Freeland, 1969. La asistencia a cursos en el Centro Asturiano fue mencionada en el artículo de E. Díaz Bustamante referenciado en la nota precedente.

(15) Domingo Faustino Sarmiento, Viajes II, España e Italia, Buenos Aires, Hachette, 1957, p. 96.

(16) Mario Clavell. Somos... una vida de canciones, Buenos Aires, Producciones Iturbe, 1996, p. 71.

(17) Beatriz Sarlo, «Oralidad y lenguas extranjeras. El conflicto en la literatura argentina durante el primer tercio del siglo XX», Orbis Tertius (La Plata), año I, 1 (1996), 167-178. Disponible en http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.2475/pr.2475.pdf.[Consulta: 30 noviembre 2015.]

(18) Carlos Gamerro, Ulises. Claves de lectura, Buenos Aires, Norma, 2008, p. 19.


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